miércoles, 18 de enero de 2012

Cristina García Morales






Llegué al Parkland Hotel de Defence Colony hace ahora un año, en enero de 2011. Eran las cinco de la mañana. Llamé a la puerta de mi habitación y me abrió Jacky hecha un zombi. En ese momento no sabía que se llamaba Jacky (no nos presentaríamos hasta la mañana siguiente). Encendió las luces y le dije que no hacía falta, que me las apañaría bien con la luz del baño, que por favor siguiera durmiendo. Luego comprobaría que Jacky es capaz de dormirse en un jeep de safari por la selva y en una travesía por los cadáveres del Ganges.

Nos tuvieron presas en el Parkland junto a otros doce compañeros una semana. Es la forma de los americanos de suavizar el shock cultural antes de llevarnos a las casas en las que viviríamos los seis meses siguientes. En una sala de reuniones del hotel nos daban charlas sobre las costumbres del país, sobre seguridad alimentaria, hábitos de higiene y mosquitos, e hicieron especial hincapié en que la India está a la cabeza del mundo en infectados por el SIDA. En el power point salía un condón enorme y rojo como una diana. La toma de corriente de mi portátil no servía en los enchufes indios, así que lo primero que pregunté cuando se abrió el turno de preguntas fue que dónde podía comprar un adaptador. El chófer me llevó al mercado más cercano y fue ésa la primera vez que salía del hotel y que sacaba el monedero. Setecientas rupias.

Había ido a la India a terminar mi novela, si bien para conseguir el dinero había solicitado una beca de estudios. Al tercer día de encierro en el Parkland me había recuperado del jetlag y decidí o sentí que mi estancia había comenzado. Aproveché una tarde que estaba sola para por fin encender el portátil y sentarme en el pequeño escritorio de la habitación. He llegado a ser muy maniática con el entorno para ponerme a escribir, hasta el punto de haber dejado de trabajar un año entero por no estar en la ciudad donde empecé la novela que ahora debía continuar. Me propuse acabar con ese fetichismo y convertirme en una escritora todoterreno. A Córdoba no podía volver, pero se me presentó la ocasión de irme a Nueva Delhi.

Iba por la carta que le escribe un personaje a otro en el capítulo 28, Domingo Torres a Juan O´Donojú. Estaba lanzada. En cuestión de minutos el pequeño escritorio de la (creo recordar) 305 se convirtió en mi casa. Recuerdo una excitante sensación de vértigo al ponerme otra vez en contacto con la historia y con el español, y ver satisfechas mis expectativas: daba igual que Jacky regresara, me pidiera prestado el adaptador cuando ya no lo necesitara y se pusiera a calentar agua para un té, se tumbara a leer en su cama y yo la oyera respirar y oyera los cambios en su respiración hasta que se quedara dormida detrás de mí, mientras yo escribía.






© Cristina García Morales
Fotografía: Parkland Defence Colony Hotel, Nueva Delhi   


Cristina García Morales (Granada, 1985) es licenciada en Derecho y Ciencias Políticas y autora del libro de cuentos La merienda de las niñas (Cuadernos del Vigía, 2008). Sus cuentos han aparecido en Pequeñas Resistencias 5. Antología del nuevo cuento español 2001-2010 (Páginas de Espuma, 2010), Watchwomen: Narradoras del siglo XXI (Institución Fernando el Católico, Colección Letra Última, 2011), Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos (Cuadernos del Vigía, 2010), Nuevos relatos para leer en el autobús (Cuadernos del Vigía, 2009) y en la revista Zut. En el curso 2007-2008 fue residente de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores.

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